“conviene que un hombre muera por el pueblo” (Jn. 11,50)
El día 13 de septiembre de 1936 murió un hombre. Se llamaba Ángel Romero. Fue un mártir.
Dios es capaz de sacar agua del pedregal y de transformar la injusticia de una ejecución sumaria, como el asesinato de D. Ángel, en una dinámica de vida. No es que sea designio de Dios que las personas tengan que sufrir y morir violentamente, sino que, tras ese mal, todo se reconduzca hacia un camino regenerador. En este sentido podemos hablar de la “necesidad” de que la muerte de D. Ángel contribuyera al nacimiento de las Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado.
“Deja Señor que se pudra
el grano sobre la tierra.
Déjale que se deshaga,
Déjale, Señor, que muera,
Que cuando muera saldrán
En tu campo, espigas nuevas”
(M. Amalia)
Y aparecieron las “espigas nuevas” justamente a los tres años de la muerte de D. Ángel.
“A María se le va a cumplir el mandato de su corazón: que sea el 13 de septiembre el día en que se ponga en marcha la obra que Dios inspiró, dirá ella muchas veces. En forma callada, oculta, humilde como todo embrión; pero en marcha por fin y ese día” nos cuenta la madre María.
Madre Amalia, por su parte narra de forma más poética el nacimiento de nuestra Congregación: “¿Cómo nació esta Obra…? Nació como nacen todas las obras de Dios, sin que la sabiduría ni el poder humano, puedan arrogarse la gloria de haber sido parte alguna de ella. Nació por inspiración divina… bajo el signo de la Cruz…”
Ahí está nuestro origen: La inspiración divina, sencillez, humildad, pequeñez, forma callada…bajo el signo de la Cruz.
VIACRUCIS-1