Se me preguntó un día durante una charla espiritual, tenida en Cdad. de qué manera y en qué grado podría llegar un alma a tener unión con Dios.
Respondí que de varias maneras en distintos grados se opera la unión del alma con Dios, más o menos perfectamente.
Porque la primera de estas uniones que es la sustancial, es porque aun de las almas que no están en gracia, es decir, que están en pecado mortal y esta unión sustancial subsiste en todas las criaturas en general, ya que si Dios no estuviese obrando en ellas, no podrían existir.
De modo mucho más perfecto y particular, está Dios en las almas que están unidas a Él por la participación de la gracia, es decir, por estar exentas de pecado mortal, pero aun existen muy distintos grados de unión entre Dios y cada alma, según la pureza que en cada una halle o los impedimentos que en cada una encuentre, porque mientras exista en nosotras algún impedimento de apetito desordenado o imperfección consentida, no podrá ser del todo el alma iluminada por la Divina Luz.
La gracia de Dios es como el sol que embistiendo el cristal, no puede sin embargo comunicarle su claridad, si este (el cristal) está empañado o sucio, pero si desapareciese el obstáculo que impide al sol penetrar en el cristal, tanto más comunicará a este sus propiedades.
Y si del cristal llegásemos a hacer desaparecer hasta las más pequeñas motas, entonces llegará a ser tan eficaz el embestecimiento del sol sobre él, que le hará parecer otro sol.
Verdad es que el sol seguirá siendo sol y el cristal, cristal, pero éste adquirirá las propiedades del mismo sol, bien que el primero las tendrá siempre por propiedad, mientras el segundo las recibe por transmisión y en menor grado.
Así, si de nuestra alma llegamos a hacer desaparecer todo estorbo de imperfección voluntaria (ya que las imperfecciones involuntarias, cuando no dejamos que lleguen a constituirse en habito, no impiden la unión) de tal modo, embestirá en ella la luz y el calor de este sol de justicia, que vendría a ser una cosa con él por comunicación, teniendo como decíamos, sus mismas propiedades, igualmente también que el leño al ser embestido por el fuego, viene a convertirse él mismo en fuego, teniendo las mismas propiedades que este, porque como él quemará y dará luz y calor de tal modo digo, quedaría nuestra alma transformada por la gracia y la unión por amor, que nos haríamos dignas de que se cumpliese en nosotras la promesa de Cristo “Si alguno me ama, vendremos a él y haremos en él morada”.
Llegar a ser morada de la Trinidad, he ahí el mayor grado de unión con la divinidad, que puede el hombre alcanzar en esta vida.
Madre Amalia Martín de la Escalera
Archivo General Casa Madre “Villa Pilar” – Libreta R