¡Quién nos iba a decir hace unos meses que nuestro mundo se iba a parar, a detener por algo, y menos por un virus! Nos creíamos invencibles, fuertes, capaces de viajar a otros planetas, de conquistar universos y ser dueños del mundo, de éste y de los futuros. Vivíamos, en ocasiones, sin importarnos el planeta, las guerras, el tercer/cuarto mundo porque nos podíamos sentir invencibles.
Ahora estamos viendo, en muchos rostros de la gente, desconcierto, miedo, tristeza, angustia, preocupación.
Es un tiempo en el que puede surgir nuestro mejor y peor rostro. Cuando nos entregamos a los demás, les ayudamos, les protegemos, investigamos, buscamos soluciones a este mal que nos acecha, estamos mostrando lo mejor de nosotros. Pero también, en ocasiones, nos volvemos avaros, no compartimos, queremos desconectar del pobre, del desvalido, llegando a pensar que “yo primero” y que “a mí no me falte”, estamos dejando surgir nuestra peor imagen.
Esto no sólo está sucediendo a nivel individual sino a nivel institucional y político. Por ello, es motivo para la preocupación y, sobre todo, para la reflexión.
Aunque es difícil encontrar aspectos positivos a esta época de pandemia, podemos sacar algunas enseñanzas como que somos limitados, interdependientes, finitos y peregrinos. Podemos crecer en libertad aprendiendo a dar valor a lo importante y dejar atrás lo accesorio y superfluo.
La actitud de Madre María ante la dificultad fue de afrontamiento, de búsqueda de soluciones y de ponerse en las manos de Dios. “Él desea que confiemos en Él, poniendo nuestra voluntad. Se preocupa de todo lo nuestro, ¿qué podemos temer? Puesta toda la confianza en Dios, Él sabe llevarnos por el senderillo que más nos conviene”.
Ante la pandemia, prudencia, cuidado y fortaleza. Nos toca cuidar el cuerpo y la mente; pensar en nosotros y en los que nos rodean. Somos responsables y corresponsables de la salud y de la enfermedad. Hace mucho que no habíamos experimentado cómo nuestros actos pueden repercutir en la vida de los demás y, en este momento, lo estamos viendo. Afectamos e influimos en el otro para bien o para mal. Los jóvenes deben cuidarse por su bien y el de los mayores. Los mayores deben estar atentos a las necesidades de sus jóvenes. Estamos más conectados y entrelazados que nunca.
Aprovechemos este tiempo para crear ambientes de salud, potenciando la alegría, el compartir, la paz, la oración. Es un tiempo para orar, para pedir luz y claridad para nosotros, nuestros gobernantes, nuestros expertos, nuestros sanitarios, … nuestros hermanos.
Imagino a Madre María en este momento luchando por cuidar a los más débiles y pequeños: los niños, los ancianos y los enfermos. Sus principales armas de batalla: La fe, la confianza en Dios y el amor. Sin miedo porque sabría que Dios cuida de sus criaturas; sin titubeos, cuando se trate de ayudar a los demás; sin medida, cuando sea darlo todo por los pobres. “Antes que nosotras mismas, están los pobres, los predilectos de Jesús. Quiero entregarme a los pobres… Antes que nosotras están los pobres”, “Que sepa consolar, que sepa dejar alivio y paz”.
Vamos a entrar en estas fechas entrañables para todos. No sabemos cómo será a nivel familiar y festivo pero sí tenemos la certeza de que Él estará con nosotros y nos volverá a decir que nos quiere y que lo más importante es entregarse a los demás. También tenemos a María, la pobre de Nazaret, la que siempre estuvo y está a nuestro lado. Aprendamos de ella a vivir el momento que a cada uno nos toque, fijándonos en los otros, pensando en qué podemos hacer para que ese día sea un poco mejor en el mundo.
Que Madre María, María de Nazareth y el Niño Dios nos conceda a todos lo que más desee nuestro corazón.
Que todo sea, como bien decía Madre María: ¡A mayor gloria de Cristo Crucificado!