“En Él tengo confiado todo mi asunto. Yo pienso en Él y Él pensará y obrará en mí”, así escribía Madre María cuando comenzó el camino incierto de fundar la Congregación de Hermanas Apostólicas de Cristo Crucificado. Eran tiempos difíciles para iniciar una empresa. Sin recursos personales y materiales, con dificultades y contratiempos pero su armadura y su soporte eran la fe y el gran deseo de ayudar a los demás, a los más pobres y desvalidos.
Cada uno de nosotros tenemos “asuntos”, preocupaciones, deseos que, en ocasiones, están envueltos en miedos e incertidumbres. Miedos que nos angustian y nos pueden paralizar haciéndonos creer que no vale la pena luchar. Los tiempos que vivimos son inciertos, confusos, en todas las áreas (política, social, económica, religiosa, etc.), provocándonos desasosiego e inquietud. Pero, no eran mejores los tiempos en los que vivió Madre María. En muchas ocasiones no sabía si iban a poder comer ella y las Hermanas, si tendrían bancos para que las niñas pudieran sentarse, si podría saltar los obstáculos que iban apareciendo en el camino. Lo que nunca perdió fue la confianza y fe en que “Él sabe llevarnos por el senderillo que más nos conviene… sabiéndose en las manos de Dios”. “Obrar con esa confianza ciega en Dios, teniendo la seguridad de que todo, absolutamente todo está pasado por las manos de Dios”. Ese fue su gran recurso.
Podríamos preguntarnos: ¿Dónde está nuestro recurso, nuestra protección o armadura? ¿Es el dinero, la fama, el poder? ¿Qué me hace sentir tranquilidad dentro de la incertidumbre? ¿Qué me permite descansar en situaciones de angustia?
Cuando me apoyo en el poder, tengo que luchar para no perderlo. Eso me produce ansiedad y miedo. Cuando me apoyo en el dinero, tengo la necesidad de acumular por si en algún momento me falta. Cuando me apoyo en la fama, estoy vendido a la opinión de los demás. Apoyos que la sociedad nos hace ver como esenciales pero son espejismos que, una vez alcanzados, siguen produciendo mayor malestar.
Necesitamos pararnos para reflexionar sobre dónde está mi refugio, mi fortaleza, mi armadura que me permitirá vivir mejor los tiempos y situaciones que me toquen vivir. Pidamos para que lo que nos depare la vida no sea producto de nuestra falta de comprensión y entendimiento con los hombres y mujeres que nos rodean, de la falta de amor hacia todo ser viviente, sino consecuencia de vivir desde lo esencial.
Madre María tenía muy claro cuál era su refugio, su protección, su armadura, su pócima secreta que le permitía descansar aunque estuviera rodeada de preocupaciones. Se dejaba y dejaba todo en las manos de Dios. “El espíritu de las Hermanas de Cristo Crucificado es una vida de fe y plena confianza en Dios”, “¿Cree que Dios nos dejará de su mano?, Él suplirá lo que nos parece imposible”, “Él se preocupa de todo lo nuestro”.
Por ello, la vida y decisiones de Madre María Séiquer estaban cargadas de la seguridad y firmeza pues sabía, creía y sentía que Dios estaba con ella.
Volvemos a revivir el misterio de la Navidad. Otra vez, Dios vuelve a nosotros en un pequeño Niño, allá en un pueblecito, llamado Belén. Lugar escondido, pobre. Viene a una familia pobre, humilde. Nace en un pequeño portal, entre una mula y un buey. ¡Dichoso pobre portal que acoge al Niño que viene a mostrarnos el camino, el secreto, la verdadera armadura que nos protege de la incertidumbre de la vida”
Que aprendamos el secreto de Madre María y digamos como ella: ¡Que todo sea a mayor gloria de Cristo Crucificado!